Que soy feliz abriendo una trinchera
Regresaba de las ruinas de aquella civilización fenecida dos milenios atrás, durante la primera gran revolución que asoló esas tierras perdidas entre montañas.
Volteó la mirada y observó hacía su trinchera: tenía una belleza especial por la armonía de esa amplia gama de colores de arcillas que con cuidado había extraído del seno de la tierra, para redescubrir ese viejo templo de piedra pulida.
No pudo reprimir una sonrisa de satisfacción por la jornada concluída, su pequeño aporte en descifrar la historia de sus ancestros.
Créeme,
cuando te diga que el amor me espanta,
que me derrumbo ante un "te quiero" dulce,
que soy feliz abriendo una trinchera.
En verdad, ese extraño oficio que escogío para su sustento diario era la mejor manera que había encontrado para ser feliz, abriendo esa trinchera: su único refugio en los tempestuosos tiempos del desamor.